✍🏻 Al igual que en otros muchos casos, Samuel Finley Breese Morse realmente no fue el inventor del telégrafo, por el que pasó a la historia, sino que fue el que encontró la solución más idónea a un problema en el que varias personas estaban trabajando desde hacía tiempo y que además habían patentado ya otros aparatos telegráficos.
Samuel Morse era un pintor americano, experto retratistas, que hasta cerca de la cincuentena se ganó la vida pintando retratos de diversos personajes de la vida pública, sobre todo norteamericanos, si bien hizo varios viajes a Inglaterra, Italia, Francia, Suiza, en los que mejoró su técnica, lo que le permitió adquirir cierto renombre internacional. En la esfera pública era además un destacado activista político y reconocido anticatólico.
Al regresar de unos de estos viajes a Europa, en 1832, oyó una conversación sobre el electromagnetismo, que constituyó su punto de partida para concebir un telégrafo eléctrico en el que utilizaría pulsos de electricidad para comunicarse a través de un cable conductor. Aunque el crédito de esta invención debería haber recaído en William Cooke y Charles Wheatstone, que en Inglaterra desarrollaron un sistema telegráfico con cinco agujas magnéticas que podrían señalar un grupo de letras y números mediante el uso de una corriente eléctrica. Aunque patentaron este sistema en 1837, en el Gran Bretaña y en EEUU US1622, y muy pronto comenzaron a utilizarlo en la señalización ferroviaria, en su país de origen, no alcanzaron el éxito esperado.
Por su parte Morse, pasó un tiempo aprendiendo más sobre el tema del electromagnetismo, para lo cual fue trascendental conocer al físico norteamericano Joseph Henry, que de forma desinteresada impartía sus conocimientos a todo aquel que se lo pedía y de hecho también fue una parte fundamental en la invención del motor eléctrico de Thomas Davenport. Finalmente Morse, en colaboración con Alfred Vail, ideó un telégrafo de un solo circuito, que trabajaba al presionar la tecla el operador hacia abajo para cerrar el circuito eléctrico de una batería, acción que se traducía en el envío de una señal eléctrica a través de un cable, a un receptor situado en el otro extremo.
Aunque no es parte del diseño original, la invención llegó a incluir un código de puntos (marcas cortas) y rayas (marcas largas), que establecieron en base a la frecuencia de uso de cada letra lo que con el tiempo se conocería como «Código Morse». Estos puntos y rayas se transmitían a través del telégrafo y se representaban en un pedazo de papel, que el telegrafista luego transcribía de nuevo en caracteres legibles; hasta que con la experiencia, los operadores fueron capaces de escuchar y entender el código con sólo oír el clic del receptor, con lo cual el papel pudo ser reemplazado por un receptor que emitía pitidos.
Aunque parece probable que Samuel Morse dispuso de un prototipo funcional a finales de 1837, dado el desastre económico que ese año se apoderó de la nación y causó una larga depresión prefirió esperar tiempos mejores para patentar y poner en práctica su invención y durante este tiempo aprovecha para visitar Europa de nuevo y tratar de patentar su invención en el viejo continente, donde tuvo conocimiento del aparato de Charles Wheatstone, por lo que tenía pocas posibilidades de patentar su invento en Europa, aunque se dio cuenta de que su sistema era mucho más simple, eficiente y fácil de usar. De regreso en los Estados Unidos y con la ayuda de algunos socios solicitó, en 1840, una patente US1647 para su nueva invención y se puso a trabajar en la construcción de un prototipo, con el que poco tiempo después consiguió transmitir diez palabras por minuto, en una exposición de Nueva York. El 24 de mayo de 1844 es cuando envía el famoso mensaje «Lo que ha hecho Dios!», a través de la primera línea telegráfica montada en los Estados Unidos, que unía las ciudades de Washington y Baltimore, de 40 millas de distancia, después de que el Congreso le financiara con 30.000$ para su construirla.
Pronto los cables aéreos del telégrafo conectaron las ciudades de la costa atlántica y poco más tarde se extendieron hacia el oeste, y en vida de Morse se conectaron los principales países de la Europa continental y Europa con América del Norte.
Samuel Morse patentó posteriormente otras dos mejoras de su telégrafo US4453 y US6420. En todas sus patentes la extensión y detalle de sus descripciones resulta sorprendente para aquellos tiempos en los que en la mayoría de los casos solían tener una única reivindicación, que detallaba someramente el objeto de la invención; pero esta perfección no le impidió que pasase los años postreros de su vida luchando en la defensa de sus patentes y para que se le reconociese como el inventor del telégrafo y, mientras el embajador americano en París lograba recaudar una sum aproximada a 80.000$ de varios gobiernos europeos que querían recompensarle por su invención, en su país se vio obligado a afrontar varios conflictos de patentes, de los cuales el más conocido, por su repercusión actual, ha sido el que le enfrentó con Henry O’Reilly al que Morse acusa de emplear un telégrafo electromagnético en la construcción de una nueva línea telegráfica.
El acusado O’Reilly se defiende, en primer lugar, negando que Morse fuera el invento original del telégrafo electro-magnético descrito en sus patentes; en segundo lugar, insisten en que si Morse era el inventor original, sus patentes no se habían emitido con arreglo a la Ley, ya que sus reivindicaciones abarcan más allá de lo que describe en las mismas; y en tercer lugar, si esas dos proposiciones se deciden en su contra, insiste en que su telégrafo es sustancialmente diferente al de Morse y por lo tanto, el uso del mismo, no supone infracción de sus derechos.
El problema se centró en la reivindicación 8 de la patente de Samuel Morse en la que este reclamaba el control sobre todas las tecnologías de telecomunicaciones que empleasen la fuerza electro-magnética (que él desde luego no había descubierto), independientemente de la forma del dispositivo empleado; de hecho esta reivindicación fue la que amedrantó a Alexander Bein impidiéndole seguir con el desarrollo de su fax por vía telegráfica. Textualmente esta reivindicación decía: «8. No me propongo limitarme a las máquinas o partes de máquinas que se describen en la memoria descriptiva anterior y en las reivindicaciones específicas; la esencia de mi invención es el uso de la fuerza motriz de la corriente eléctrica o galvánica, que llamo electro-magnetismo, para marcar o imprimir caracteres inteligibles, signos o letras, en la distancia, de la que puedo presumir de ser el primer inventor o descubridor».
El conflicto O’Reilly v. Morse constituye uno de los casos de patentes más famosos y con mayores repercusiones hoy en día. En la decisión del juez Roger B. Taney, que a pesar de haber sido tomada en 1854 casi todo el mundo está de acuerdo en que ha sido totalmente acertada, dictaminó que, aunque Morse había inventado un transmisor y grabador telegráfico específico, no había inventado la técnica general para la grabación y transmisión telegráfica usando el electro-magnetismo.
Esta sentencia tomó tanta relevancia en su día porque se trataba de una de las primeras demandas por infracción de acuerdo a la reciente Ley de Patentes americana de 1836, en la que se trataba de determinar si un principio o la fuerza física de la naturaleza, podían o no ser patentados, o si sólo la aplicación práctica era patentable y por tanto otras personas podrían descubrir y emplear otras formas de usar esa fuerza, en este caso electromagnética, para transmitir mensajes.
Aunque el tribunal se limitó a dictar que la reivindicación 8 era demasiado amplia ya que intentaba abarcar cualquier máquina o aparato, presente o futuro, y por ello no era conforme a la ley, este caso también tiene una gran repercusión en la actualidad, en todos aquellos casos en los que se trata de impedir el acceso a patentes que reclaman meras ideas abstractas, porque si releemos la citada reivindicación 8 nos daremos cuenta de que Morse utiliza un lenguaje puramente simbólico para reivindicar realmente el derecho exclusivo de todas las mejoras en la fuerza electromotriz que tuvieran como resultado el marcado o la impresión de caracteres inteligibles, signos o letras, en una distancia, motivo por el que la Corte encontró que esta afirmación tenía un nivel tan alto de abstracción que realmente estaba reivindicando una idea, no una aplicación práctica o la implementación de una idea, por lo cual esa reivindicación puede ir contra futuros inventores, a los que sin duda dificultaría su capacidad para crear futuros avances sobre esa misma idea.